Yo sentado solo en un
café del Bellas Artes tomado un cortado, leyendo y divagando sobre mis
existenciales crisis del ser, del dónde ir, del qué hacer.
Yo sumido en esa
angustia, creyendo que el mundo no me comprende, que es hostil, que me castiga.
(Por creerme ser de “izquierda“)
Ahí estaba yo, sumido en
angustias individuales, burguesas, preocupado de mi pequeña granja.
Pero Dios, quizás la Vida
o ese” Espíritu llamado Revolución” me dio una bofetada de realidad.
Yo que me creo
“coherente”, subí al bus de Transantiago (porque así viajamos los “coherentes”
de izquierda) y conmigo un anciano. Un abuelo, de esos abuelos de verdad, de
difícil caminar, de bastón reforzado con cinta adhesiva, de pelo cano, de pobre
gorro de lana sintética, de ojos blancos por las cataratas. Un anciano, un
abuelo que se subió a vender agujas. Simples agujas a $200 el paquete ¿Qué hace
ese abuelo de torpe caminar vendiendo en los buses? ¿No debiese estar en su
hogar sobrellevando estos fríos con un café, un té o un navegado?
Pero él no el vende por
vocación, lo hace para sobrevivir, para comer, ya que, su pensión mísera lo
condena a una muerte indígnate.
Yo preocupado de la
existencia del ser, angustiado en la retórica pregunta de ¿qué hacer?
Pero angustiado
cómodamente, bebiendo un café caliente, rodeado de “lindas e intelectuales”
personas.
Cuán mezquino, cuán
repugnante, cuán reaccionario me siento. Vergüenza reflejan mis ojos. Que déspota
ante el sufriendo real, concreto y humano. Cuán indiferente ante las
injusticias y la indignidad.
Deprimirse bajo mi
contexto de comodidad, es un acto reaccionario, un acto de soberbia. Es fácil
atribularse tomando café en el Bellas Artes, es fácil angustiarse con las
comodidades de la calefacción central, el buen vino, el tabaco exportado y una
pipa de $27.990.
En cambio, el abuelo vive
la depresión de una vejez irritante por no poseer activos monetarios que lo
hagan participe del modelo. El abuelo vive la angustia de intentar juntar
algunas monedas al día para comer. El abuelo vive la tribulación de saberse
cansado, algo ciego, torpe pero obligado a sobrevivir.
Una bofetada de realidad.
Cuánta vergüenza de tener
preguntas que ya sé moralmente la respuesta.
Si me voy a deprimir, si
me voy angustiar, si me voy atribular. Que no sea por patéticas preguntas
sofisticas de la existencia humana. Por el contrario, me he de deprimir por las
derrotas que puede tener la lucha contra un sistema inhumano y cruel.
Cómo deprimir por amar,
por sentir, por desear. Soy humano, eso me hace humano, sufro de amor como
todos y todas.
Vergüenza y felonía
siento conmigo mismo.
Es fácil deprimirse y
angustiarse tomando café de $3500 en alguna cafetería de Bellas Artes.
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